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Construcción de narrativas

Lic. Analía Devalle – adevalle@flacso.org.ar

Profesora investigadora del Programa de Psicoanálisis y Prácticas Socioeducativas (FLACSO-Argentina)

Egresada de la Carrera de Especialización en Psicoanálisis y Prácticas Socioeducativas.

Integra el Equipo de Orientación de una escuela privada. Coordina y supervisa prácticas de inclusión educativa

Mayo 2021

“La belleza pierde su existencia

si se le suprimen los efectos de la sombra”

(Tanizaki)

 

B está en sala de 5. Llega con su papá a la puerta de la escuela y se niega a entrar. Llora y se agarra de las paredes de la entrada de la institución haciendo fuerza para alejarse, si alguien intenta insistir para que entre. Cuando el papá logra que pase la puerta, se aferra a su pierna, se tapa la cara con la misma, llora y exige irse. Dice: “no me voy a quedar”. Se lo ve angustiado. Así transcurren algunos días.

En una conversación con su mamá cuenta que, en la casa, B. pudo decir que no quería entrar a la escuela “porque ya no existe”. Cuando interrogo sobre aquello, ella explica ansiosa: “es que lo veníamos preparando para la vuelta y le dijimos que la escuela de antes ya no existe más, que todos están con barbijo, que no se pueden acercar y que tiraron las paredes abajo -para hacer aulas más grandes-. Pero me parece que él entendió que la escuela estaba destruida como si hubiera habido una guerra”.

 

 

¿Se podría decir que estamos ante formas particulares del espacio y del tiempo en la escuela? ¿Cómo nombrarlas? Recorren los pasillos, las aulas y las casas, palabras que aluden a lugares físicos cambiados, encuentros virtuales, distancias y cercanías; pasando a ser parte de nuestro lenguaje habitual. Lo eran antes, pero ahora apuntan a otras formas y territorios.

Transitamos tiempos interrumpidos e inciertos, pausados y abruptos; que nos empujan a ir y venir, a detenernos y a avanzar. Cambian día a día los paisajes que vemos, pasando de letras, dibujos, pizarrones y números que percibimos a la par; a paredes tan diversas como las de cada hogar.

Usamos significantes que cobran nuevos significados. Las salas y los grados ahora son nombrados como burbujas, grupos que un día van a la escuela y, al otro, viven la escuela desde casa. En relación a esto, un niño de primaria comenta: “mi hermano no viene porque explotó su burbuja”.

¿Qué representaciones e imaginarios se ponen en juego?

A veces, la forma de anoticiarnos del llamado “aislamiento”, es intempestiva; otras, es algo anticipada. Unos días en casa, otros días en la escuela.

Resuenan ecos de enfermedades y dolores, así como del cuerpo escuela que ya no es lo que era, como bien nos lo hacen saber B y su mamá.

¿Cómo interpreta y vive cada niño o niña estos retazos?, ¿qué afectividades despiertan en cada quien?

Ante este baño sonoro y visual, ante estas piezas sueltas y deshilachadas, se vuelve necesario construir narrativas que ayuden a hilvanar, a armar sentidos y continuidades, rutinas y rituales que persistan más allá de los cambios. 

La voz docente, la mirada, los saludos y objetos; así como el azar y lo inédito, son parte de ese material del que están hechos los relatos, que al tejerse con las experiencias tienen el potencial de inaugurar un tiempo otro y producir historicidad.

Los hábitos cumplen una función y, si bien actualmente se encuentran conmovidos o “explotados”, eso no nos quita la posibilidad de crear nuevos, allí donde sea necesario. Hay un dicho popular que dice “el hábito no hace al monje”, pero yo creo que los hábitos hacen a lo humano, nos hacen humanos. Los hábitos se hacen de actos, objetos, ritmos y palabras.

A diferencia de las infancias, los adultos contamos -en el mejor de los casos-, con experiencias previas y armados psíquicos que nos permiten transitar estas mixturas -temporales y espaciales- con otros recursos. Por ello, parafraseando a Tonucci, y recuperando la vivencia de B., creo imprescindible tomarnos el tiempo de mirar la escuela “con ojos de niñx” y de escuchar aquello que tienen para decir. No se trata de hablar por las niñeces sino con las niñeces; quedando como función adulta el armado de narrativas.

¿Por qué insistir en la construcción de narrativas?

 En principio pienso que esta construcción en tanto entra en función, supone una operación de simbolización. Y, además, me detengo en un aporte del psicoanálisis en relación al lenguaje, que creo puede ser de gran ayuda para hacernos pregunta por el baño sonoro, perceptivo e incierto, propio de estos tiempos.

El lenguaje es tan real como el medio natural”, afirma el psicoanalista Pablo Peusner, quien cita a Lacan en una conversación reciente organizada por el Colegio de Psicólogos (Distrito XV, Ciclo Infancias y Psicoanálisis, 2do encuentro “El cuerpo en el baño del lenguaje”, conversación coordinada por el psicoanalista Walter García).

Y si “ocurre que las orejas no tienen párpados”, como afirma el filósofo Pascal Quignard en su obra El odio a la música (1996); el lenguaje impregna nuestro cuerpo, crea realidad. Lenguaje que no está hecho únicamente de palabras sino también de ritmos, tonos y cadencias que producen una impronta.

El sonido toca ilico -al instante- el cuerpo, como si el cuerpo ante el sonido se presentara, más que desnudo, desprovisto de piel. Orejas, ¿dónde están la puerta, las persianas, la membrana o el techo? Antes del nacimiento y hasta el último instante de la muerte, hombres y mujeres oyen sin un instante de pausa. No hay sueño para la audición (…) Para el oído es imposible ausentarse del entorno” (Quignard, p. 61)

¿Qué pasa en el encuentro entre el cuerpo y el lenguaje?, ¿qué pasa con los ecos que resuenan en los pasillos, en las aulas y en las casas?, ¿y con los dichos acerca de las burbujas y aislamientos?, ¿cómo impregnan el oído de cada niño y niña?

 Eso es incalculable, pero sabemos que, en ese acontecimiento, en ese encuentro, hay experiencias que pueden resultar más placenteras que otras y que podremos ayudar a entramar o a reentramar teniendo en cuenta a los Otros y otros del mundo del niño/a.

Los objetos culturales en sus diversas formas como canciones, cuentos, historias, arte, secuencias o números, se deslizan en la voz del docente junto al saludo y la despedida, proveyendo de piel simbólica al cuerpo. Hacen resistencia, ofrecen narrativas alternativas a aquellas que retumban como eco a lo largo de la jornada y en las casas y que no se pueden comprender o se interpretan con sentido pleno o destructivo. En este sentido, creo que esta es una de las potencias de la escuela, la de ofertar objetos culturales a la pulsión, ofreciendo como destino la sublimación.

Desde esta perspectiva, la relación espacio-tiempo actual, que cobra forma bajo los significantes “presencialidad” y “virtualidad”, deja de tener un tinte euclidiano para pasar a ser un asunto topológico. Esto es, una relación que se establece más allá de una lógica binaria -adentro/afuera de la escuela o modalidad presencial/virtual-, y que se rige por pliegues, torsiones, envolturas y agujeros. En este marco, entiendo a las narrativas como aquella materia simbólica que hace borde y provee un tejido ficcional, siempre incompleto y horadado; atravesado por la impronta y el estilo de quien transmite y por un deseo no anónimo, esto es, que se despliega y pone en juego en el vínculo educativo, en el lazo de cada sujeto con su Otro significativo -su docente u otro agente de la educación-.

El estilo, palabra que parece remitir a la moda, era en la antigüedad un punzón que servía para escribir en tablas enceradas, de manera similar a las tabletas cuneiformes de los caldeos de las primeras formas de escritura conocidas. El estilo por ser un instrumento que hace una marca, deja una huella, una muesca, inimitable” (Dujovne (2014) Psicoanálisis, ficción y clínica. Ed Letra Viva).

Para concluir, me sirvo del filósofo J. Tanizaki quien en 1933 escribió un ensayo llamado “Elogio de la sombra”. Allí reflexiona sobre las diferencias en las concepciones de la belleza para oriente y occidente. Explica que para la cultura oriental la sombra resulta bella, mientras que, para nuestra cultura occidental, comúnmente se asocia lo bello a la luz. Propone entonces pensar a la belleza como un juego de claroscuros entre luces y sombras, y advierte sobre el encandilamiento que puede producir todo lo que brilla. A esto, agrego, la ceguera en la que podemos quedar si andamos totalmente a oscuras.

Es posible que su pensamiento sobre la estética sea muy interesante para recuperar en este momento, ya que es una invitación a revisar nuestras concepciones sobre el tiempo, el espacio, los lugares y territorios desde sus lentes de lo bello; es un convite a andar entre las opacidades, en las mixturas, haciendo de ese andar, la verdadera experiencia.

 

Bibliografía

 

-DUJOVNE, I. Y KIINER, A. (compiladoras) (2014) Psicoanálisis, ficción y clínica. Una experiencia de transmisión. Ed Letra Viva.

-PEUSNER, P. Conversación reciente organizada por el Colegio de Psicólogos (Distrito XV, Ciclo Infancias y Psicoanálisis, 2do encuentro “El cuerpo en el baño del lenguaje”, coordinada por el psicoanalista Walter García).

-QUIGNARD, P. (1996), El odio a la música. Diez pequeños tratados. Editorial Andrés Bello.

-TANIZAKI, J. (1933), Elogio de la sombra. Siruela.