Eso dice que falta
Un encuentro entre pantallas
Georgina Bosio – bosiogeor@gmail.com
Docente de 1er grado – Escuela Virgen Misionera.
Bariloche – Diciembre 2020
Ya es Viernes. Siendo casi las siete de la tarde, aún no pude hablar con ella. Volvió del campo, eso lo sé porque sí pude hablar con su mamá.
Suena el teléfono. Deslizo el dedo por el ìcono verde: Acepto su pedido de vernos, de escucharnos, de encontrarnos. Acepto ese pedido, aunque en el fondo sé que soy yo la que busca el encuentro.
“El deseo es siempre, el deseo de un Otro” Es ahí cuando nuestros deseos se entrelazan. Ella, su mamá y yo, de algún modo deseamos este encuentro.
Conectamos.
La veo antes de que me vea, me doy cuenta de esto por su gesto, la expresión en su cara. Mira la pantalla, fija, a la espera.
Su pelo (siempre en movimiento) expresa continuidad. Continuidad en ese movimiento que venía siendo y se detiene para entrar en otra dimensión al acercarse a esta otra pantalla.
Continuidad de la vida ingresando a este “Nuevo Modo Escuela”; esa que va desde “Su Casa Escuela” hacia “Mi Casa Escuela” en un ida y vuelta que a pesar de ese impasse temporal, se vuelve ininterrumpido.
Esta observación dura solo un instante. Ese instante despojado de un espacio. Habitar ese instante , esa orilla: el tiempo del “Todo Posible” en el cual se ubica la plena potencia de lo que podría ser…
Sus ojos se establecen en un punto y la mirada se produce, transmutando pantallas, acompasando deseos, hurgando en los recovecos de las palabras.
Una sonrisa llena de vida y falta de dientes devora todas las certezas. Ese vacío que da lugar. Se abre, entonces, un espacio de otredad, de impermanencia, de falta, de deseo, de superposiciones y la infancia en toda su potencia.Es ahí en esa creación, en ese “espacio-tiempo co-creado” donde aparece Ella.
El encuentro se produce entre preguntas, historias y abrazos por dar. Compartimos nuestros mundos, nuestras cosas, nuestro tiempo de Viernes por la tarde, al borde, bien al borde de la semana laboral.
Entre sus palabras busco ansiosa señales de un camino de escritura posible de transitar.
Noto mi ansiedad y freno, intento soltar mi deseo y dejar correr la incertidumbre reinante.
Conversamos: me cuenta del campo, de sus primos, de las ovejas, del corderito
recién nacido… Vuelvo a contener mi (in) capacidad de escolarizarlo todo: desvío el conteo de ovejas, las posibles operaciones matemáticas, las ganas de que escribamos juntas.
Pretendo que prevalezca toda esa maravilla de campo- infancia- escuela que se entretejen en el encuentro.
Me contengo y suspiro, mientras pienso “por dónde ir”.
¿Por dónde habilitar un camino que posibilite su deseo de escribir?
Es ahí, justo en el espacio vacío donde se cuela una posibilidad.
-“Quiero hacer tarea Seño” -dice. Ella lo dice
Se me escapa una sonrisa, mientras (ahora sí) le propongo escribir. Su cuerpo disponiéndose a la escritura, muestra su consentimiento.
Empezamos con una palabra: posible, corta, habilitada por vocales amplias. Cuando intentamos una segunda palabra, una araña se escurre entre las dos.
Jugamos a que me asusto, se ríe. La araña habilita otra escritura, otra conversación. le pregunto si sabe cuántas patas tiene esa araña.
Comienza a contarlas: – “ 1,2,3,4,5,6,7,8…,9..10 ¡Diez patas tiene, seño!-
Le pido que las cuente otra vez. Lo hace, pero la resistente araña continúa teniendo 10 patas.
Tal vez la escuela presencial hubiera obturado este desafío, pero no. Estamos en Pandemia. Este modo escuela tiene otros tiempos, que acercan nuevas posibilidades. Nos propone varias pausas y repeticiones, que permiten ver incluso eso que parece no estar.
Ella sigue contando. Las cuenta una vez, otra vez más… Siempre la Araña tiene Diez Patas. Empiezo a dudar acerca de la confección de esa araña (en definitiva, pongo en duda algo acerca de la normalidad, de su “deber ser” como araña, de si es o no una araña correcta…) La situación se propone graciosa, comienza siendo divertida, pero inmediatamente después, me empiezo a sentir atrapada entre tantas patas.
Insisto, le pido que la muestre hacia la cámara y la deje quieta. Lo hace . Cuento mentalmente y hasta creo tranquilizarme con una certeza “La araña tiene 8 patas” Le propongo contar juntas. En un juego de pantallas y movimientos sincronizados vamos contando las patas de la araña, una a una, en voz alta.
Hago un gran esfuerzo de concentración, ya que mi casa, “Mi Casa Escuela”, es en este momento de Viernes algo caótica. Ya merodea el fin de semana. Llega contundente, entre niñxs que dibujan, charlan, se ríen. Una amiga y un compañero que saben lo que este caos significa y siguen atentos la charla, opinan, sonríen.
Hacemos escuela: entre todxs, traccionamos el aprendizaje; contamos juntos, a coro. Llegamos a la pata número 8 y… sonrío con la satisfacción de quien cree haber logrado su objetivo.
Pero ella sigue contando: – 9… y 10…-
Entre mi desazón, el caos reinante, su pelo despeinado que recuerda su alegría, su potencia, su presencia… encuentro ahí unas palabras que intentan decir algo que escucho y no comprendo.
-“ Es que acá le faltan patas, seño. Le falta una acá y otra acá”- Miro con extrañeza a mi alrededor.
Miro, buscando alguna respuesta. “ Ella cuenta la falta”- susurro
Sí. Es que La Falta cuenta.
Extracto de bitácora:
En una araña de 10 patas algunas patas son su “puro vacío”
Ese que haciéndose pata, se hace posible por su falta Vacío que estructura un 10
que nombra, dibuja y reitera que está, porque falta.
La escuela vacía intenta nombrarse, como las patas de esa araña.
Escapa a la normalidad
dibujando la falta que grita su ausencia. La escuela que ES, aún cuando Falta,
Elijo este relato porque podemos darle vueltas, buscar lecturas, darle lugar a lo impensable. Porque me permite pensar en algunas variables derivadas del “Modo Escuela” que venimos transitando. Es ejemplo de una videollamada (eso que ya nombramos como encuentro)
El año Escolar puede traducirse en pocas palabras, como un año de transformaciones, revelador de nuevas dimensiones temporales, espaciales y faltas. Quienes trabajamos todo el año y mapeamos los recorridos y aprendizajes, sabemos que con Rumbos Diversos, Variados y alguna Deriva; llegamos a destino. A un destino incierto y despojado de caminos predeterminados, como siempre. Una vez más el aprendizaje se abrió paso.
Lo sabemos quienes miramos con lupa a diario, vimos efectos y fuimos registrando de maneras diversas esos mojones que permiten hacer visible el aprendizaje. Son muchas las familias, que también se sorprendieron de su posibilidad de ser enseñantes, inventando recursos y dando lugar a la incertidumbre y la aventura que implica acompañar el aprendizaje. Hay quienes sin embargo, requieren nuestra ayuda para observar ahí, donde la presencialidad fue una falta, donde la escuela clásica se desarmó.
Esa orilla tal vez, sea nuestro próximo objetivo. La escuela no estuvo ausente, pero tampoco fue la presencia física lo que permitió hacer escuela. Entonces podemos preguntarnos:
¿Qué posibilitó la ausencia/presencia de la escuela?
¿Qué habilitó la falta?
¿Dónde se produce la justa palabra? O mejor aún: ¿Dónde se esconde silenciosa la palabra, para volverse deseo… necesidad de saber… demanda?
¿Qué nos sorprende del aprendizaje al suceder?
¿Qué de lo impensable podrá ser pensado?
¿Cuántas patas tienen las arañas?
Lo que no puede faltar en una Escuela de Diez Patas:
🕷Miradas que abran horizontes
🕷Algo distinto a todo lo demás (también distinto)
🕷Lo Uno en lo Todo
🕷Rumbos diversos, acompañados.
🕷Destinos posibles (aún las derivas)
🕷Movimientos y quietudes
🕷Permanencias cargadas de deseo.
🕷Posibilidad de crear lo inusual.
🕷Lugar para lo impensado.
🕷La Falta, dando lugar a todo lo demás.